Han pasado cuatro primaveras desde que Apple TV+ diera el pistoletazo de salida a una de sus apuestas más atractivas de cara al divulgación de su plataforma, al amparo, ni más ni menos, que de M. Shyamalan, todavía conocido como el avezado del “girito“.
Cuatro primaveras en los que la serie ha ido mutando con cada nueva temporada. Así, tras un arranque repleto de misterio que solventó con buena nota, la serie soltó el volante y empezó con serios zig-zags en la segunda temporada y perdió el finalidad temporada 3. ¿Consigue la cuarta temporada remediar el desastre? Eso es lo que vamos a ver en esta crítica de Servant temporada 4.
Tras un primer episodio que escasamente servía para ver cómo conectaba con el cliffhanger final de la temporada 3, la serie ha seguido con sus habituales bandazos, dejando una nueva decena de capítulos con una nota en popular: la irregularidad.
Servant – trailer de la temporada 4 (Apple TV+)
Irregularidad en el fondo, en los diálogos, en la dirección, en la progresión de los personajes… El final de Servant no ha sabido remontar el abundante delirio cerca de la deriva que empezó en 2021, con la segunda temporada.
Y eso que la serie partía de unos mimbres muy buenos en la primera temporada, en los que sí se pudo paladear un Shymalan en estado puro, concentrado y sin chafar, con escenas inquietantes.
Del muñeco reborn que cobraba vida sólo queda el reminiscencia y del caserón, que ríete tú de los que aparecen en los clásicos del terror, no se han terminado de explicar algunas cosas.
A finales de la primera temporada, ya por entonces había incoherencias, pero el espectador podía hacer la clarividencia gorda, y esperar una explicación posterior, incluso en escenas que se caían por su propio peso.
Ahora, con la serie ya cerrada, algunas explicaciones no han llegado a suceder (han donado la insistencia con el agujero inundado del sótano para convenir como una sucedido).

Siguiendo con el símil del mimbre, las “pajitas” argumentales y personajes se han ido retorciendo y enrevesando hasta tejer un cesto sin pies ni individuo, ni tapa, ni capacidad para meter un calcetín.
Todos los personajes han ido sufriendo transformaciones que les han convertido en “otra cosa” y casi siempre de una guisa conveniente torpe, atropellada y sin mucho sentido.
Desde el sufrido padre y cocinero de éxito sin escrúpulos que encuentra consuelo en la fe, a la niñera, Leanne, que escasamente hace un año era una temerosa chavea que ni pisaba la calle por miedo y ha arruinado impartiendo razón y rompiendo brazos (y esto extremo es igual), todos los personajes mutan sin mucho sentido y menos trasfondo.
Otro personaje como Julian, interpretado por Rupert Grint (Ron en Harry Potter), ha dejado de ser un tío pasado de rosca a “mascotita obediente”, en un proceso que ni queda claro, ni convence. Y así absolutamente todo… De un episodio a otro, los personajes dejan de ser coherentes y no tienen continuidad.

Y eso por no cuchichear de los nuevos fichajes. Se han introducido personajes que casi parecen un insulto a la inteligencia del espectador de lo tontorrones que resultan, como las cuidadoras de Dorothy que se instalan en la casa para ayudar con su recuperación tras el siniestro.
En escasamente dos episodios están interfiriendo en la vida de la tribu, la pareja las reconoce casi como si fueran un miembro más de la tribu y, oh sorpresa, se alojan en una zona nunca antiguamente clarividencia de la casa, y que parece sacada de las primeras temporadas de Cuéntame, para originar un poco más de mal rollo con sabor añejo.
Porque esa es otra: espérate que la casa sigue teniendo anexos, túneles y zonas que luego de tres primaveras ni se habían afamado y que aparecen así, por arte de atractivo y, de nuevo, introducidas de guisa conveniente zafia. Hay que comulgar con ruedas de molino hasta el final.
Es esa la sensación que deja prácticamente todo, que es un engendro en el que varias cabezas han metido mano, dando poco totalmente inconexo y sin mucho sentido, conveniente torpe introduciendo las novedades, con giros poco interesantes y como si fueran una colección de geniales ideas que en la mente de algún escritor, o director de algún episodio, eran la caña.
Pasa hasta en el episodio final, el desenlace, donde todo acaba de una guisa que adaptado en el episodio preparatorio la propia Leanne negaba. Es el mejor ejemplo de los bandazos que ha ido dando la serie.
Donde sí que no puedo poner ni una queja es que la parte técnica, donde la serie ha seguido fiel a su estilo e imponente fotografía, en la que ha brillado con luz propia, y a veces sin ella, el lúgubre caserón.

Hemos reconvención sus pasillos, habitaciones y escondrijos desde todas las perspectivas posibles, y ha sido una de las estrellas de la serie, conexo con un apartado sonoro que todavía ha sido esencia en los momentos de tensión (y con un buen puñado de temas licenciados).
Siquiera se pueden infravalorar las interpretaciones de los actores principales, que han hecho maravillas con las pocas certezas que tenían sus personajes, y donde han brillado especialmente Lauren Ambrose (la desequilibrada mama) o el mencionado Rupert Grint.
Como decíamos, una pena que la serie no haya donado más de sí, porque podía ocurrir ido por otros derroteros muy distintos y ocurrir terminado siendo una de las imprescindibles de Apple TV+. Habiéndola conocido de principio a fin, no se la recomendaría ni a los fans más acérrimos de Shyamalan.
Si has conocido las tres temporadas anteriores, haz el esfuerzo y termínala por enterarse qué pasa con la tribu Turner… pero para el resto, para quienes no hayan conocido ni un capítulo, mejor gritadle a vuestro televisor: ¡vade retro, satanás!