Casi cada año se reabre un discute sobre los premios Óscar significan verdaderamente algo si, a pesar de ganar el premio a Mejor Película, estas se desvanecen de la memoria colectiva. “Ha ganado el Óscar mas absolutamente nadie se acordará en un año” es un reproche que se repite frecuentemente en los premios. ¿Llevan razón?
Hagamos la prueba: ¿recuerdas qué película ganó en los Oscars 2022, la edición de películas de dos mil veintiuno? ¿Podrías refererir por lo menos 3 de las otras nominadas aquel año?
Hace solo 12 meses, CODA se levantaba con el premio a Mejor Película, disputadísimo por El Poder del Perro, de Jane Campion. Otras vencedoras de aquella noche fueron Dune, que ganó prácticamente todos los premios técnicos, o El Método Williams, sobre todo recordada por ser la película que le dio el Oscar a Will Smith en su noche más “viral”.

¿Y el año precedente? ¿Recuerdas qué otras películas había el año de Nomadland? ¿Y el año en el que daba la sensación de que iba a arrasar Roma… que lo ganó Green Book? ¿Se acordaría alguien de Moonlight si no fuese por la anécdota del sobre equivocado con La La Land?
Llevamos una tendencia en la que, irónicamente, las películas más recientes que ganan el Óscar, aparentemente certificadas como “las películas del año” de forma democrática, semejan olvidarse con considerablemente más rapidez.
¿Es un inconveniente de las películas, que no son suficientemente recordables? ¿Del público, que está sobresaturado de estrenos? ¿O de los académicos por seleccionar mal?
Los Óscar se hunden en espectadores, si bien hay brotes verdes
Los premios de la Academia no han pasado por sus mejores años recientemente. Los datos de audiencia en la cadena ABC vienen mermando alarmantemente desde los últimos años: todos los años han ido en descenso.
El récord fueron cincuenta y cinco con tres millones de mil novecientos noventa y ocho (año de Titanic). Mas no hace ni diez años teníamos 43,6 millones en 2014 (12 años de esclavitud vs. Gravity), bajando a los 33 millones de 2017 (Moonlight vs. La La Land), los 23,6 millones de 2020 (Parásitos vs. 1917), al récord “negativo” de 10,5 millones de espectadores en 2021 (Nomadland).

La Academia lo atribuía a problemas de ritmo y duración de la ceremonia, de ahí que en 2022 eliminaran un único presentador y entregaran ocho premios fuera de la gala, dos medidas que fueron (particularmente la segunda, y por razones creo que obvias) fuertemente criticadas.
En 2023 volvieron a tener una gala “tradicional”, con un solo presentador, un poco memorable pero correcto Jimmy Kimmel, y entregando todos los premios en una gala que se extendió duró más que Avatar 2. ¿Tuvo resultado?
La edición de 2022 (CODA) aumentó a los 16,6 millones de espectadores, y la recién edición de 2023 (Todo a la vez en todas partes), según datos de Nielsen provisionales, volvió a aumentar hasta los 18,7 millones de espectadores (compitiendo en la tele americana con los 8,2 millones de espectadores que vieron el final de The Last of Us a la misma hora en HBO).
Hay brotes verdes, pero se antojan insuficientes para una gala de la que se esperaba más, donde, por primera vez en la historia, las dos películas más taquilleras del año compiten por el Óscar a Mejor Película.
¿De quién es el problema: de la Academia, de las películas… o nuestro?
Los espectadores están perdiendo el interés por las películas que ganan Óscars, pero el problema quizás no sea de la Academia por hacer galas aburridas (creo que es científicamente imposible no hacerlas aburridas), ni siquiera de la calidad de las películas en sí, sino nuestro: cada vez es más difícil sorprendernos. Y la culpa es nuestra.
Creo que, entre muchas personas que desprecian a las películas oscarizadas recientes coinciden dos factores: la insatisfacción por el cine actual con la idealización nostálgica de los clásicos del pasado.
Se junta el hambre con las ganas de comer: idealizamos las películas, de cualquier época, que nos educaron, y a la vez rechazamos lo nuevo que nos dan, generando una espiral de negatividad sin mucho sentido.

Al fin y al cabo, hay un punto de incoherencia en todo el argumento: solamente con la acción de decir que son olvidables ya te estás acordando de ellas.
Es la ironía que acompaña las habituales listas de las peores películas ganadoras de un Oscar donde encontramos ejemplos como Crash, Paseando a Miss Daisy o Shakespeare in Love, que precisamente son recordadas por el hecho de haber ganado un Oscar.
A ello hay que añadir la propia subjetividad que implica la acción de “acordarse”, y un último factor fundamental: la imposibilidad de predecir el futuro.

La gala de este año, por primera vez, ha tenido una ganadora clara: Todo a la vez en todas partes. No solo gana los dos grandes, Mejor Película y Dirección, algo cada vez más infrecuente, también arrasa en casi todas las categorías más importantes (Guion, Montaje y 3 de sus intérpretes).
Pese a la fuerte competencia, incluyendo un blockbuster como Top Gun: Maverick al que todos ensalzan como el salvador del cine (parece que nos olvidamos que Marvel ya tuvo un taquillazo que ganó aún más dinero seis meses antes), Todo a la vez en todas partes fue la ganadora más clara desde Slumdog Millionaire en 2008.
En contraste con el desprecio que se le suele hacer a las anteriores ganadoras del Oscar de esta década, Todo a la vez en todas y cada una partes está recibiendo aclamación casi unánime. Incluso mucha gente que “no le pareció para tanto” parece estar conforme con su victoria, por ser una película tan rompedora y “antiOscars”.
El mismo jurado popular que decidió que CODA, Nomadland o Green Book, o Spotlight, o El Discurso del Rey, o Crash (la mala) serán borradas de la historia, decide también que Todo a la vez en todas y cada una partes va a ser recordada a lo largo de generaciones como un tradicional del cine.
Probablemente acierten, y EEAAO ascienda al panteón al lado de Mad Max: Fury Road, al lado de La La Land, al lado de La Red Social, junto a Brokeback Mountain. O junto a Parásitos, si bien esa sí ganara. Mas no va a ser ahora, ni vamos a ser nosotros, cuando se decida qué películas vale la pena ser recordadas para la posteridad.