Análisis de Rytmos


I’ve heard there was a secret chord

El estudio danés Floppy Club sorprende con una pequeña pieza maestra que explora la música en sus dimensiones: la cultural, la intelectual y la puramente sensorial.

Merece la pena dar un tanto de contexto ya antes de comenzar a charlar sobre Rytmos, uno de los juegos más interesantes y recordables que van a lanzarse en dos mil veintitres. El lanzamiento de Rytmos se enmarca en el Thinkathon que organizó Thinky Games, el medio experto en juegos de rompecabezas tras el que está Astra, un «fondo filantrópico» centrado en financiar el desarrollo y fomentar las virtudes de los «thinking games», los juegos «de pensar». Este Thinkathon fue una ocasión a fin de que 6 juegos hiciesen piña y, siguiendo la máxima de la unión hace la fuerza, tratasen de hacerse un lugar en el honestamente mareante calendario de lanzamientos; como dije al hablar sobre Alephant, otro de los participantes en el Thinkathon, los juegos de rompecabezas son tan agradables como poco virales, y —pienso a veces— quién sabe si lo primero no es en parte consecuencia de lo segundo. La semana pasada, poquito a poco, se publicaron SokoChess White, el primer DLC de Bonfire Peaks, Stuffo the Rompecabezas Bot, Alephant y Konkan Coast Pirate Solutions; Rytmos fue exactamente el responsable de dar el pistoletazo de salida, el veintiocho de febrero.

El estudio responsable de Rytmos es Floppy Club, un pequeño estudio indie experto en juegos y «experiencias interactivas» en los que el sonido es central. Es una especialidad tan concreta que su existencia es una alegría. Este es su tercer proyecto, tras un par de aplicaciones para móviles (ioio, una revisión minimalista del solitario centrada en «el simple placer de amontonar y ordenar», y Sausage Swing Club, un jazzístico juego de lanzar una salchicha a una olla con agua hirviendo) que no hicieron demasiado estruendos. Si queda algo de orden, los pies en el suelo y buen gusto en el planeta, a la tercera irá la vencida y Rytmos va a recibir la atención y los encomios que merece.

Rytmos es un juego de rompecabezas y música. Cuando comienzas, te hallas con un cosmos repentinamente fragmentado y tu objetivo es devolverle el orden. No es una historia épica ni en tono ni en escala, por supuesto; a la inversa, nuestras acciones en Rytmos son prudentes, prácticamente íntimas: trazando líneas en las 6 caras de los cubos que orbitan en torno a cada «sistema planetario», vas creando bucles de sonido que terminan formando un tema musical. En todas y cada una de estas caras del cubo, que generalmente marchan como «niveles» del planeta al que corresponden, hay múltiples puntos de sonido que se activan cuando pasas por encima de ellos con tu trazo, que debe terminar en exactamente el mismo punto en el que empieza; el rompecabezas está en localizar la manera de que tu dibujo se ajuste a las reglas del juego, a las fáciles restricciones en torno a las que se diseñan los niveles.

A partir de acá son todo buenas resoluciones. Cada sistema representa un género musical, desde el jazz etiope hasta la electrónica alemana de los setenta, pasando por el kankyō ongaku—la contestación nipona al ambient de Brian Eno: música compuesta no para alentar sino más bien para acompañar a quien la escucha— o el chiptune. A su vez, cada planeta representa un instrumento propios de esos subgéneros, desde sintetizadores o steel guitars hasta pedales, marimbas y todo género de instrumentos de percusión de diferentes países del planeta. La selección no es para nada evidente; muy del revés, es el género de selección de estilos e instrumentos que quiere eludir a toda costa ser evidente.

Pero sus pretensiones son las mejores, y así se percibe en el propio juego. Rytmos no desea ser cool por el hecho de que sí: con una soltura sorprendente, Floppy Club logra trasmitir con esta compilación de rompecabezas no solo el disfrute de la música (un placer al que se llega de forma muy orgánica mientras que vas recomponiendo planetas, dibujando las líneas que van produciendo los loops que se amontonan unos sobre otros para terminar formando las piezas musicales completas con las que el estudio representa y honra —un homenaje franco y caluroso, muy honesto— los diferentes estilos; es un proceso meditativo, dichosamente repetitivo, idóneo para vaciar la cabeza y dejarte llevar a la deriva por el sonido) sino más bien asimismo un interés por ella que va alén de lo puramente visceral, encajando cada estilo de música en una temporada, en una cultura, dando pistas sobre sus técnicas y sus motivos. Son pinceladas breves y nada intrusivas, mas ya antes de entrar en materia y ponerte a solucionar rompecabezas te dan algo de información para contextualizar cada género e instrumento; el origen de las guitarras que entonces hizo suyas la música hawaiana, o el contexto social en el que floreció la escena del jazz en Etiopía, o el disco de los Beatles en el que se escuchó por vez primera de forma masiva el sintetizador.

Es una información que no busca tener más estrellato que el que desees darle, puntos de referencia desde los que investigar por tu cuenta si te pica la curiosidad. Terminan formando asimismo un tríptico muy inteligente en todos y cada planeta, primero con la teoría, entonces con la experiencia «pasiva» de los sonidos conforme resuelves rompecabezas y para finalizar con el instrumento como juguete, con la versión interactiva que se desbloquea cuando completas todos y cada uno de los niveles. Con la canción que has ido armando sonando de fondo, este instante de jugueteo con cada instrumento es un broche idóneo para cada planeta; otra buena resolución, nuevamente, que te deja probar con los sonidos y hacer tus aportes a cada canción, grabando un loop auxiliar sobre la canción básica para hacerla un tanto tuya, para poner tu grano de arena en la caja de discos que vas coleccionando conforme completas el juego.

No es bastante difícil llenar todos y cada uno de los rompecabezas en dos o 3 sesiones (o en una; fue mi caso: estuve algo menos de 4 horas absolutamente inmerso en Rytmos), que por su lado semejan más interesados en servir de vehículo para la música que en ser retos muy exigentes. Cuando se habla de estos thinky games acostumbran a venir a la cabeza los pronunciados desafíos de Stephen’s Sausage Roll, Snakebird o SquishCraft, mas la verdad es que no hace falta llegar a esos extremos para ejercitar la cabeza; a la inversa, la menor complejidad de Rytmos lo hace quizás más estimulante, por el hecho de que en ningún instante la complejidad se interpone en el disfrute de la música. Si bien es un juego de rompecabezas parcialmente simple, Rytmos es una máquina compleja: sus piezas sostienen un equilibrio muy específico para fortalecer la inmersión en el cosmos sonoro del juego, para fortalecer el impacto que cada una de sus partes tiene en el conjunto. Es un juego apasionante, del que sales con ganas de explorar las infinitas manifestaciones que hay en el planeta del lenguaje universal de la música. Te conecta con algo mayor que tú; con el planeta, con la música, con el cosmos.

Y lo hace con una naturalidad pasmosa, si bien lo que hace no sea ya tan común como un día nos quiso parecer. Rytmos pertenece, si se me deja la vulgaridad de incluirlo en algo como una corriente de diseño, a ese movimiento que hace unos años deseó difuminar la línea entre el juego más riguroso y el juguete; es de exactamente la misma familia que un Hohokum, que un Windosill, que un Sound Shapes; asimismo de un Little Inferno, por no centrarme en una estética tan específica. En algún instante, en los primeros dos mil diez, los juegos para videoconsolas independientes se atrevieron a probar con sus límites de formas verdaderamente recordables y que en la mayor parte de casos aún preservan la fuerza que tuvieron en su momento; poquito a poco fueron perdiendo algo de esa audacia, conforme se profesionalizaron y sistematizaron, y hoy es desgraciadamente mucho menos común ver juegos para videoconsolas que exploren con tanta osadía esa frontera, en la que obviamente tanto hay por localizar aún. No afirmo que ya no se hagan, mas desde entonces se hacen menos; asimismo en eso hace diana Rytmos, acercándose moral y estéticamente a un movimiento del que podría ser un perfecto representante, por la habilidad con la que explora —con la que juega, también— con las diferentes acepciones de play.

Es un juego impecable, en fin, un caso no solo de equilibrio y contención sino más bien asimismo de talento y buen gusto, con un trabajo audiovisual completamente refulgente. Se aprecia cariño por las cosas bien hechas en todos y cada rincón de Rytmos; cada pequeña interacción marcha, desde la forma en que se desliza la línea que trazamos para solucionar los niveles o el jugueteo con los instrumentos hasta el simple movimiento del cursor para navegar entre planetas. Es una pequeña pieza maestra, frágil y fugaz, interesante e inteligente mas asimismo reflexiva y enternecedora. Es uno de los juegos más interesantes y recordables que van a lanzarse en dos mil veintitres, afirmaba al principio; me reafirmo. Rytmos es un juego de rompecabezas que te entra ganas de soltar la consola y coger la guitarra, adquirirte unas congas, procurarlo con el harpa de boca, investigar sobre Can o Mulatu Astatke o sobre la ingeniería y las posibilidades de un pedal de delay. ¿Hay un caso de esplendidez y humildad mayor que ese?

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